Hoy nos adentraremos en un tema un pelín delicado: las asesinas en serie. De entrada hay que decir que sólo un 4% de esta peculiar nómina son mujeres, y que estas recurren al veneno en más de un 80%. A mi entender, hay tres que destacan abrumadoramente sobre el resto.
La medalla de bronce la adjudicaremos a la primera gran asesina en serie que conocemos: la esclava Locusta. Asesinó a 400 personas por encargo de Agripina, y todo ello para poner y mantener en el trono imperial a su hijo Nerón. Por un hijo se hace lo que sea, Fue sentenciada (Locusta, no Agripina) a ser violada públicamente por una jirafa amaestrada y devorada por los leones. Debió ser todo un espectáculo, para qué vamos a engañarnos.
La medalla de bronce, es para Girolama Spana. Esta mujer era nieta de Teofamia D’Adamo, inventora de una pócima que vendía a mujeres que querían matar a sus maridos, usando como tapadera la venta de perfumes y ungüentos. Las autoridades la ahorcaron, pero su hija y su nieta continuaron con el negocio, mejorando el veneno, que pasó a denominarse Acqua Toffana, y que incluía arsénico. Girolama dirigió una organización de mujeres que envenenaron a unos 600 amantes molestos, maridos inservibles, y demás fauna. Descubierta, fue ahorcada en 1659.
Por esas mismas fechas, Catherine Deshayes conocida como La Voisine, encabezó una red parisina dedicada a la venta de afrodisíacos y venenos, además de organizar misas negras. Causó entre 1.000 y 2.500 asesinatos. Tenía autorización de la Universidad de La Sorbona para ejercer de adivina, y su principal clienta fue Madame de Montespan, la decimocuarta amante oficial del Rey Sol (tuvo treinta y cinco, si no recuerdo mal). Fue quemada viva en 1680 (La Voisine, no la amante). No cabe duda que acumula sobrados méritos para ser medalla de oro.
Muy alejada de las cifras acumuladas por las susodichas, hay una mujer a la que deberíamos conceder un accesit; me refiero a Catalina de Médicis, la esposa del rey francés Enrique II (coetáneo de nuestro emperador Carlos), que se cargó a una amplia gama de rivales, incluyendo a su suegra. Experimentaba sus venenos y antídotos en los condenados a muerte (Locusta lo hacía con esclavos). Como curiosidad diré que para estar más seductora, Catalina dilataba sus pupilas consumiendo en pequeñas dosis belladona, una planta venenosa que contiene atropina.
Enrique Barrera Beitia