30 Jan
Ayudas para ligar sin ofender



Ya escribí hace meses, que las japonesas usan cada vez más unos sujetadores con cierre automatizado, y un chip que lee la temperatura corporal, de manera que cuando los algoritmos interpretan que están enamoradas (por usar una palabra políticamente correcta), el cierre se abre. Ahora hay más novedades; en EE.UU, donde las mujeres se mueven en otros niveles, se está comercializando otro sujetador que se abre mediante aplausos. Tengo varias teorías al respecto, pero no me atrevo a decirlas. 


A mí me parece que todos estos inventos son ganas de complicarse la vida, aunque vaya usted a saber. En la época de Maricastaña, las madres y hermanas amañaban los casamientos y todos tan contentos, pero cuando se mezcló el libre albedrío y la competencia darwinista para emparejarse, la Humanidad se adentró en un terreno sembrado de minas. Las abuelas de nuestras tatarabuelas usaban el elegante complemento femenino de los abanicos, para lanzar  hasta 37 mensajes a distancia. Lo complicaron todo de tal manera, que no es de extrañar que seducir en el siglo XIX fuera más un milagro que un pecado, y que tantos románticos vieran en el suicidio la única salida a tan monumental embrollo. 


Las cosas se han simplificado con el paso del tiempo, pero sólo hasta cierto punto, lo que no debería ser así porque todo es pura química hormonal. Sólo los franceses, que han hecho de la seducción un patrimonio cultural, parecen haber encontrado un inestable equilibrio. Hay que leer entre líneas la carta enviada a Le Monde y encabezada por Catherine Deneuve, sobre el derecho a ser torpes. Dice la musa de mi generación cuando éramos jóvenes, que “la violación es un crimen, pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”. 


No obstante, contemplando cómo está el panorama, sabiendo que en las estrategias de acercamiento entran en juego diversas variables, y dando por cosa cierta que la clave del éxito radica en saber leer el lenguaje corporal, deberíamos echarnos en brazos de los algoritmos, que nunca nos dirán una mentira piadosa, ni interpretarán erróneamente los mensajes, como si fuéramos una vulgar manada.


Enrique Barrera Beitia

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