En los últimos años del franquismo confeccionábamos carteles murales (los llamábamos dazibaos) para colgarlos en los pasillos de la Facultad de Historia de Zaragoza. Lo importante era que se viera bien nuestro anagrama. Teníamos que esperar un momento adecuado y en menos que dice amén una monja, ya estaba colgado. Por supuesto, los conserjes hacían ronda y los descolgaban, pero la gente se paraba a leerlos. Gonzalo Torrente Ballester describe en La saga/fuga de JB una batalla entre lampreas y estorninos que dura días, y algo parecido pasaba en la Universidad. Toda una pléyade de partidos revolucionarios y grupos libertarios competíamos contra los conserjes. Era más fácil retirarlos que confeccionarlos, pero nosotros éramos muchos más (por si no lo han captado, nosotros éramos los estorninos).
Pero el decano (que no era tonto) decidió finalmente que no se retirara ninguno. El resultado fue que todas las paredes amenazaron con ceder ante el peso de los carteles superpuestos, una especie de “horror vacui” pero rellenadas por dazibaos en vez de “puttis”. Ya nadie les hacía caso. Para los que no lo sepan, los “puttis” son esos angelotes mofletudos y juguetones que aparecen en los cuadros barrocos.
Más de cuarenta años después, los mandamases del mundo mundial que diría Manolito Gafotas (un saludo para los de Mota del Cuervo), han decidido copiar las tácticas del decano. Antes, el Poder censuraba y ocultaba la información; ahora, el Poder enmascara la información real rodeándola de inmensas cantidades de falsas informaciones. Los árboles no nos dejan ver el bosque, porque las redes sociales están saturadas de emisores de noticias con un porcentaje altísimo en manos de “trolls” (un saludo para los hackers rusos). Es como si la elitista y trajeada sociedad vienesa, estuviera todo el concierto de Año Nuevo gritándo histéricamente “a por ellos oé”, mientras la filarmónica acomete, impasible el ademán, los compases del Danubio Azul.
Enrique Barrera Beitia