Hacia 1905, un veterinario aleman llamado Wilhelm Von Osten compró un caballo al que llamó Hans. Le pedía que diera el resultado de operaciones matemáticas, y el caballo respondía golpeando el suelo con una pata delantera, dando el número exacto de golpes. Su dueño empezó a llevarlo a las ferias y se hizo famoso con el nombre deHans el listo. Para demostrar que no habia truco, Hans acertaba incluso si las preguntas se las hacia cualquier presente, estando ausente el dueño, aunque en este caso con un mayor margen de error.
Ya me imagino a los alemanes, tan científicos ellos, intentando desentrañar el misterio. El propio Kaiser nombró a una comisión de expertos. Alemania era el país con más premios Nobel, y era una cuestión de honor nacional que el caballo confesara.
Finalmente se descubrió el misterio: Hans leía el lenguaje corporal de los presentes. Cuando se acercaba a la cifra correcta, el noble bruto detectaba la tensión de los humanos y sabía que tenía que parar. El fallo se producía cuando nadie de los presentes conocía la respuesta. Entonces el animal se enfadaba porque creía, con razón, que le habian tendido una trampa.
Es increible la inteligencia empática de los animales. Cuando era joven vivía en Bronchales (Teruel), y trabajaba de jornalero del ICONA en la sierra de Albarracín. El guarda forestal, una persona entrañable llamada Maximiano, nos subía al monte en un Land Rover, y nos acompañaba un mastín enorme llamado Urtasun. Los humanos hablamos a los perros como si nos entendieran, algo que no le entraba en la cabeza a Mr Spock (“no es lógico” decía), pero yo puedo asegurarles que Urtasun identificaba mi estado de ánimo. Cuando le dije que había aprobado las oposiciones y ya no estaría más en el monte, deslizó un lamento perruno que nunca se lo escuché y me dio un lametazo, algo que no le vi hacer nunca.
Cuando los homos sapiens llegábamos a un sitio, los neanderthales se morían. Éramos incompatibles y les transmitimos enfermedades mortales, como simples resfriados. No sabemos como pensaban esos otros humanos de aspecto tosco, aunque probablemente más espirituales, pero sospecho que escuchaban crecer a las plantas, y olían el miedo, la furia o la curiosidad de los animales salvajes a los que cazaban. Las dos especies humanas se cruzaron (el 1% de nuestro ADN es herencia Neandhertal), y supongo que sólo amaga con aflorar, cuando tenemos enfrente a nuestras mascotas.
Enrique Barrera Beitia