Aprovechando que la Inquisición fue abolida en 1834 y no iré a la hoguera, me atrevo a divagar sobre un más que interesante trilema planteado por una persona desconocida, así que no me pregunten por qué se le conoce con el nombre de Epicuro de Samos, porque no lo sé. Resumiremos el asunto diciendo que puede existir Dios, pero que este no puede ser simultáneamente omnisciente, todopoderoso, y bondadoso, teniendo que descartar una de las tres opciones. El argumento tiene su enjundia y nace de un axioma irrebatible: el Mal, existe.
Así que:
a) Si Dios conoce la existencia del Mal, y puede eliminarlo, pero no quiere, la conclusión es que Dios es omnisciente y todopoderoso, pero no bondadoso.
b) Si Dios conoce la existencia del Mal, y quiere eliminarlo, pero no puede, la conclusión es que Dios es omnisciente y bondadoso, pero no todopoderoso.
c) Si Dios desconoce la existencia del Mal, la conclusión es que Dios es todopoderoso y bondadoso, pero no omnisciente.
Un sacerdote nos dirá que Dios nos ha dotado del libre albedrío para ser buenos o malos, y en este sentido merecer el Paraíso o el Infierno, pero esta postura precisamente prueba:
a) Que Dios no es perfecto, porque siendo nosotros su creación más brillante, venimos con un lamentable defecto de diseño, aunque podríamos estar peor y tener alas que no sirven para volar, ojos ocultos que nunca han visto el Sol, o los dos ojos en un mismo lado, como ciertos peces.
b) Que Dios tampoco es omnisciente, porque ignora qué decisión tomaremos, y en este sentido el libre albedrío sería como el Vídeo Arbitraje.
Claro que puesto a ser irreverente, lanzo una teoría cósmica en la suposición de que podría ser, que siendo Dios una entidad puramente energética, y por lo tanto inmaterial, hubiera quedado atrapado en un agujero negro donde el tiempo se detiene (también queda atrapada la luz, pero eso lo dejamos para otro momento). Si tal cosa pasa, es evidente que no tiene Principio ni Fin, pero tampoco libertad de movimientos. Tal vez por eso llevamos tanto tiempo sin tener noticias suyas.
Enrique Barrera Beitia