Los bailes comunales cohesionaban a las sociedades primitivas; se prolongaban hasta la noche, y al ser circulares, repetitivos y sin un danzante que marcase los tiempos, eran igualitarios. Asociados al consumo de lo que ustedes ya saben, los participantes entraban en contacto directo con los espíritus, o eso creían. Como estos bailes prescindían de la autoridad, los poderes fácticos los erradicaron en beneficio de los bailes jerarquizados, con la gente alineada en filas, y con guías que ordenaban los ritmos.
En la historia tenemos registrados bailes considerados obscenos en su momento, como la danza del cojín en la Inglaterra del siglo XVII, el cancán, el tango, el charleston, el twist o la lambada. En general, los gobernantes aceptaron estos bailes como una válvula de escape, pero el clero fue mucho más beligerante. En nuestro solar patrio y reserva espiritual de Occidente, los curas y los bailes nunca se han llevado bien, y en la postguerra quisieron prohibir “el agarrao” en las verbenas. Es el caso del arcipreste de Areatza (Bizkaia), de donde proceden mis ancestros por vía materna, quien escribió en 1939 al ayuntamiento una carta advirtiendo de la “enorme propaganda pornográfica” acumulada en los años de la República, y como para empezar la regeneración moral había que empezar prohibiendo los bailes públicos.
La moda de las discotecas ha destruído las relaciones de género escenificadas en los bailes. Mis lejanos recuerdos pueden resumirse así: las chicas van a las discotecas para rechazar a los chicos, y estos van a beber y a ponerse en ridículo. Supongo que ahora es igual; se necesitan cuatro o cinco cubatas para armarse de valor, y es que las chicas son muy crueles en la discoteca, porque sus acciones suben no por sus conquistas, sino por sus rechazos. No iban y no van a las discotecas para buscarse un novio, sino para sumar puntos en su autoestima.
En realidad, todo esto de los bailes era sólo la punta del iceberg. Patricia Ferreira dirigió en 2010 un documental titulado “Señora de...”, que no tiene desperdicio, reflejando unos estereotipos que desde nuestra actual modernidad los asociamos a las sociedades musulmanas. No sólo se reprimió el libre albedrío, sino la simple convivencia espontánea; eran tiempos con los curas obsesionados por las actividades sexuales de sus feligreses, determinando la longitud de las faldas y el diseño de los bañadores. Menos mal que hicimos del turismo nuestra principal actividad económica, y los europeos sepultaron con sus divisas esa casposa legislación. Y es que a los españoles nos vino muy bien que nos invadieran los turistas, porque era la única manera de cepillarnos el pelo de la dehesa.
Enrique Barrera Beitia.