Los plenos del Concello de Ferrol, aunque sólo sirvan para aprobar mociones instando a Donald Trump a ser bueno, duran ya más de seis horas. No siempre ha sido así, porque cuando entré como concejal en 1991 los plenos duraban un par de horas, y eran suficientes para sacar adelante lo que fuera, porque interveníamos de manera escueta y sin abusar de las réplicas.
Con la entrada del nacionalista Xaime Bello se alargó notablemente su duración, pero la hecatombe llegó con Juan Fernández, el supercampeón indiscutible. Para mí, educado en la escuela de Baltasar Gracián (“lo bueno, si breve, dos veces bueno”) era una verdadera tortura. Las actas de los plenos pasaron de diez o doce folios a treinta o más. Un día hice un cálculo, y las intervenciones del líder de Independientes por Ferrol ocupaban la mitad del tiempo. También calculé el coste económico que suponía transcribirlas, y es mejor que no lo diga.
El PP y el PSOE pactaron hace años limitar el tiempo de las intervenciones, pero con el actual alcalde se puede nuevamente intervenir en los asuntos que se quiera sin límite de tiempo, y es que todos estaremos de acuerdo en el retroceso democrático que supone limitar a diez minutos, la explicación de por qué votaremos a favor de pintar de verde los seis bancos que hay en la plaza de las Angustias, o cualquier otra compleja decisión.
En mí época universitaria, llamábamos “culos de hierro” a los que monopolizaban el tiempo en las asambleas, con la esperanza de que se fueran marchando los asistentes, y proceder a votar cuando los suyos quedasen en mayoría. Para evitarlo, nombrábamos a un moderador que no se limitaba sólo a conceder la palabra a los solicitantes, sino que se la retiraba si rebasaban los minutos acordados. ¡Qué error! ¡Qué inmenso error! Ahora me doy cuenta que éramos antidemocráticos, y no lo sabíamos porque nadie nos lo dijo.
Enrique Barrera Beitia