23 Aug
Momentos transcendentales

En la vida hay momentos que recordamos por su importancia, como el primer beso, cuando le dices a tu media naranja que quieres casarte…, y en las personas de mi generación el momento en que tomaste la primera coca-cola. Debió ser hacia 1961 más o menos, y recuerdo que era una tediosa mañana en el colegio Santiago Apostol de Bilbao. Se abrió la puerta y entró el director. Se subió a la tarima y dijo:


- Hoy vais a poder beber gratis unos refrescos nuevos que vienen de Estados Unidos. Nosotros, como somos amigos de los norteamericanos, también los podemos tomar a diferencia de los niños rusos que sufren bajo el comunismo. Un refresco se llama coca-cola, y el otro se llama fanta. Teneis que elegir uno.


Hizo un ademán, y entró un señor con una caja de refrescos en cada mano. No nos abalanzamos como una manada de dinosaurios escapando de la extinción, porque nos pasó casi como al asno de Buridán, que se murió de hambre por no decidirse a empezar por el saco de cebada de la izquierda o el de la derecha.  Tras pensármelo bien, pedí una coca-cola. Me gustó. 


Cuando era niño había muchas salas de cine y la entrada era muy barata. En el descanso se interrumpía la película y tomábamos en el ambigú un vaso de gaseosa, y pipas, chufas o cacahuetes que estaban en un saco, de manera que el camarero usaba un cubilete como medida. La coca-cola, que arruinó el negocio de las gaseosas coloreadas que funcionaron a centenares durante los años cuarenta y cincuenta, tenía algo de símbolo del imperialismo yankee, de manera que las tribus de la izquierda con mayor firmeza ideológica procurábamos no tomarla. Así marcábamos distancia con los camaradas revisionistas del PCE, a quienes habría que hacer un monumento por la paciencia que tenían con nosotros.


Para complicarlo todo más, nos enteramos que los yankees confiscaron la patente de Fanta, que era la bebida de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. ¡Qué complicada era la política! O eras un asqueroso imperialista o un repugnante nazi. Menos mal que nos quedaba La Casera, digo nos quedaba, porque ahora es de los japoneses.


Enrique Barrera Beitia



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