Me ha llamado mucho la atención un artículo de Alex Vicente en El País Semanal, no tanto por decir cosas que ignorase, sino por ignorar que fueran tan importantes. Decía el articulista, que los bistrós son toda una institución en Francia y un ámbito de socialización con alma propia. Para quien no lo sepa, un bistró es un establecimiento que queda a mitad de camino entre un bar de tapas y un restaurante.
Me dirán ustedes que en España, los bares también son un icono. Tienen que serlo porque hay más de 260.000, uno por cada 175 personas, la mayor densidad del mundo…, pero no es lo mismo. En ellos resolvemos a gritos los problemas de España y del Mundo mundial, es decir, al bar vamos a que nos den la razón, y de paso a martirizar a los parroquianos merengues con el gol de Messi en el minuto 92, o sea, que también vamos, perdonen la expresión, a tocar las pelotas. Los bistrós son mucho más interclasistas y sosegados, por eso Balzac los describió como el “parlamento del pueblo”. Algo de esto intuía yo cuando siendo joven, viajé en 1968 a Francia y me enamoré de este país. Al regresar al pueblo, comprobé lo duro que era ser francófilo en Carpetovetonia, tierra dura donde las haya, a veces madre y casi siempre madrastra.
En la disputa por las medallas, al bistró y al bar les ha salido otro duro competidor, el pub irlandés, que es algo más que un local donde te sirven pintas de cerveza (y esto tampoco lo dice Alex Vicente). Estos pubs se doctoraron cum laude en cohesión social, durante los seis meses de 1970 en que los bancos estuvieron cerrados por huelga. El país aguantó como sólo los irlandeses pueden hacerlo; siguieron firmando cheques, y como no se podían cobrar en los bancos, los depositaron en sus 11.000 pubs. Al terminar la huelga, habían imprimido 5.000 millones de libras esterlinas en billetes caseros, algunos en simples hojas cuadriculadas de agendas. Antes vendían vacas en la feria con un simple apretón de manos, así que tenían un precedente. Si albergan dudas, vean a John Wayne y Maureen O’Hara en “El hombre tranquilo”.
Ya ven ustedes, podemos aguantar con los bancos cerrados siempre que las barras estén abiertas, pero ninguna ciudad puede aguantar una semana de huelga de los basureros. En realidad, todo mejoraría si los expertos en ingeniería financiera se pusieran en huelga indefinida. Lo más sensato que podríamos hacer es apoyar indefinidamente su huelga. ¡Qué curioso! Las profesiones imprescindibles son las peor pagadas, y las más perjudiciales son las mejor remuneradas.
Enrique Barrera Beitia