14 Jun
Être gabache en Espagne



Creo que debió ser al regreso de mi primer viaje a Francia, cuando decidí convertirme en un francófilo, y así sigo. Es verdad que por ello no te metían en la cárcel, pero te miraban raro cuando intentabas explicar por qué a España le habría beneficiado aceptar como rey al reformista José Bonaparte, y no hacer una guerra para coronar al impresentable Fernando VII.


Un profesor francés me comentó que durante la Segunda Guerra Mundial, los grupos clandestinos de la Resistencia y los “maquisard” solo llegaron a movilizar al 2 o 3% de la población francesa en su periodo de mayor actividad, una cifra muy escasa frente al colaboracionismo reinante, y sobre todo frente a la mayoría que se mantuvo en modo “verlas venir” durante la ocupación. Al final, todo el mundo había sido de la Resistencia. Pasó algo parecido en la derrotada sociedad alemana de la postguerra, donde nadie había votado a Hitler, y mucho menos había oído hablar del exterminio de los judíos. 


Es lo que los sociólogos anglosajones denominan bandwagon effect (efecto arrastre), o sea lo de subirse al carro del triunfador de toda la vida, que Napoleón Bonaparte resumió al decir que la victoria tienen muchas madres y la derrota es huérfana. Sí, ya sé que la frase es de Aristóteles, pero como buen francófilo he decidido adjudicársela al Sire, una de las figuras más atrayentes, que no necesariamente atractivas, de la Historia. Por eso, me reconforta la idea de que los afrancesados no seríamos seguramente tanta minoría como se ha dicho, y  que hubiera ido más y mejor acompañado al exilio, siempre que el Empecinado, el cura Merino, o cualquier otro guerrillero no me hubieran dado matarile.


El caso es que España tiene complejo de inferioridad con Francia, y lo compensa con un injusto complejo de superioridad sobre Portugal, pero ambos percepciones son asimétricas, porque aunque la autoestima de los franceses es mayor que la nuestra, nos valoran mucho más que nosotros a ellos. De hecho, somos el país extranjero que más les gusta y no entiendo bien por qué, pués yo mismo reconozco que somos demasiado emocionales frente al racionalismo de nuestros vecinos, rebasando frecuentemente la virtud de la sinceridad para acampar en las malas formas.


Me faltan datos para saber lo que los portugueses piensan de nosotros, pero me quedo con el punto de vista de una señora mayor expresado ante una cámara de televisión: “los españoles no es que sean mala gente, es que son muy burros”. 


Enrique Barrera Beitia.

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