Siempre me llamó la atención la inteligencia de los antiguos griegos. No es de extrañar que la Filosofía naciera entre ellos, y que se plantearan por primera vez explicaciones al margen de la religión; supongo que era porque no estaban atenazados por el pánico a unos dioses que ciertamente eran poderosos, pero que ni les habían creado a ellos, ni tampoco al Mundo, aunque supieron darle armonía a partir del caos.
En realidad, los dioses griegos no brillaban por su inteligencia, hasta el punto de que algunos humanos como Ulises podían engañarles, y otros como Prometeo y Tántalo robarles. Eran inmortales mientras comieran el fruto de la ambrosía, y podían construir objetos extraordinarios, pero no tenían demasiado interés en saber qué hacían o decían los simples mortales, y sólo de vez en cuando se disfrazaban y bajaban desde el Olimpo para retozar con alguna desprevenida doncella y salir del aburrimiento, lo que tiene su mérito teniendo a Afrodita rondando por allí.
El caso es que cuando un humano bordeaba la impiedad en una conversación, sus amigos le advertían “no hables alto, no sea que los dioses te oigan”, una frase imposible en un cristiano, ya que nuestro dios tiene un software que lee el pensamiento de los 7.000 millones de habitantes del planeta, y lo transmite instantáneamente, y además con carácter preventivo, que ya es mérito. En términos estrictos, hace una eternidad que ya sabía que yo iba a escribir este artículo y mandarlo a Disfruta Ferrolterra. Por eso me llama la atención que nos conceda el libre albedrío para castigarnos con el paraiso o el infierno, porque ¿qué necesidad tiene de ponernos a prueba si ya sabe lo que vamos a hacer?
La verdad es que lleva una temporada que no da señales de vida, y es lo mejor que puede pasar. ¿Ha dulcificado su carácter? Lo digo porque ya no nos manda al Ángel Exterminador a matar a nuestros primogénitos, ni plagas de hemorroides incurables, ni ha destruído Las Vegas, reencarnación de Sodoma y Gomorra, ciudades divertidas y tolerantes donde las hubiera; incluso puede que haya dado ordenes de que no le pasen las tonterías que escribo, porque siendo todopoderoso, también puede desconectar y no enterarse, si ese es su deseo. En cualquier caso, no es lo mismo un Dios que acojona, que aquellos dioses tan simpáticos.
Enrique Barrera Beitia