No me pregunten porqué ya que entonces habrá lío, pero simpatizo mucho con los judíos, un pueblo que cultiva un humor grueso que no respeta ningún tabú.
Wody Allen es un claro ejemplo; no termina por saber muy bien qué hace en esta vida, ni cuál es la finalidad de su existencia y la de los demás, así que tiene necesariamente que reírse de todo y de sí mismo, porque... ¿tiene sentido pensar que has sido puesto en el planeta para padecer una continuada y devastadora historia de expulsiones, persecuciones e intentos de exterminio? El humor aflora cuando la inteligencia no es capaz de ofrecer respuestas. En ese instante, la inteligencia “se formatea” para elaborar un humor que proteja emocionalmente al individuo, un corta-fuegos mental para no enloquecer.
Los judíos se ríen de ellos mismos y de sus miedos, e incluso bromean con la Shoá (Holocausto), que ya es mucho mérito. La escena de la lapidación en La vida de Brian es antológica, y creía que no podría ser superada hasta que apareció Borat con la parodia de los sanfermines, donde los toros son reemplazados por un matrimonio de judíos cabezudos. La mujer pone un huevo, y la multitud lo destruye.
Los únicos españoles que se ríen de sí mismos son los vascos, el pueblo que más ha sufrido la violencia, pero de momento no es que estén varios peldaños por debajo del humor judío, sino varios pisos. La película “Ocho apellidos vascos” o los programas televisivos de “Vaya semanita” y ”Los batasunis”, no tratan los atentados porque nadie se atreve todavía; están demasiado cercanos en el tiempo y fueron vascos contra vascos. En España, Gila hizo un humor grueso sobre la violencia nacional (¿”Es el enemigo”?) que tiene mucho sentido en una persona que sobrevivió a un fusilamiento (“Es que a mí me fusilaron mal”, explicaba).
¿Quieren conocer otro ejemplo real de humor grueso? Un anarquista ferrolano llamado Jesús Rodríguez Pérez fue condenado al paredón en 1937, pero en el último momento se salvó gracias a un hermano que era el párroco de Meirás. Lo iban a fusilar en Ourense, así que en Ferrol no se enteraron. Al salir de la cárcel, estaba trabajando de electricista en el ayuntamiento de Santiago de Compostela, cuando se dio de bruces con una representación ferrolana que estaba de visita oficial. Les sonó su rostro y este fue el diálogo:
- Oiga, ¿no será usted Jesús Rodríguez Pérez, el de la CNT de Ferrol?
- Sí.
- Pero..., vamos a ver, ¿a usted no lo habíamos fusilado?
Así, como quien no quiere la cosa. Ya ven como es la vida.
Enrique Barrera Beitia