La enseñanza es una excelente atalaya para conocer los cambios mentales de los adolescentes, como les afecta el entorno social, y como se relacionan con los profesores siguiendo la ley histórica del péndulo.
Cuando yo era alumno, nos poníamos en pie al entrar el profesor, y este se sentaba en una mesa sobre una tarima, más para respaldar su autoridad que para gozar de mejor visión. Si quería, podía fumar. Siempre fui a colegios de curas, y me dieron bofetadas hasta los 13 años.
Yo empecé a dar clases en 1979. Con la llegada de la Democracia se abrió una relación más horizontal y equilibrada; los alumnos apreciaron el cambio y respondieron con afecto, manteniendo el esfuerzo académico. El escaso rodaje democrático llevaba a conflictos relacionados con el uso del tabaco en clase, porque los profesores no querían dejar de fumar y permitían que lo hicieran los alumnos, ignorando las protestas de los no fumadores. Cuando llegaba a clase, tenía que abrir las ventanas.
A finales de los años ochenta, la situación cambió radicalmente. Se extendió la idea de que estudiar no merecía la pena, porque no garantizaba un buen empleo. Los derechos arrinconaron a los deberes; si los alumnos no estudiaban y se aburrían en clase era culpa de los profesores; si expulsabas a un alumno por mandar a tomar por culo a una profesora, los padres protestaban por el autoritarismo de los profesores. Eran los hijos de la generación del 68, del prohibido prohibir, alumnos que llegaban al instituto con pocas horas de sueño porque tenían televisión en el dormitorio, y la veían hasta muy tarde. No daban un palo al agua, pero la culpa siempre era del sistema. Los adolescentes, por serlo, cuestionan la autoridad y buscan los límites. Si nadie se los pone, se adentran en territorio comanche como la Wermacht en el verano de 1942, camino de Stalingrado y del Caúcaso. Ya saben cómo terminó la historia.
A comienzos del actual siglo, el péndulo se estabilizó. Por la razones que sean, regresó una relación más sana y equilibrada entre profesores y alumnos, y se recuperó el valor del esfuerzo..., hasta cierto punto, porque tampoco hay que exagerar. Por desgracia, al ampliarse dos años la enseñanza obligatoria, nació el alumno resistente, el que no quiere estudiar pero está obligado a pasar la mañana en el aula, el que molesta y no deja dar la clase.
Llevamos años usando internet en los colegios, y esto ha vuelto a mover el péndulo. Los alumnos saben que dominan mejor esta tecnología que los profesores de cierta edad. Se resisten a ejercitar la memoria, porque ya tienen a mano una herramienta de acceso fiable e inmediato a cualquier información solicitada. El argumento no está falto de razón; es como si nos obligaran a aprender a cazar, para comer carne, cuando es más sencillo ir a la carnicería.
Así que esto último es lo que provocará un cambio estratégico en la enseñanza; aprender a aprender, estudiar por proyectos y no por temas. No me pregunte que les explique de qué va esto. Afortunadamente, ya estoy jubilado, como los brontosaurios.
Enrique Barrera Beitia